Éste es un fragmento del diario del último gran viaje, esos para los que cuesta preparar la maleta porque tiene que pesar muy poco pero a la vez servirte para un mes. Antes de llegar a destino, hicimos una escala en Qatar, una parada tan larga que convirtió a Qatar en un destino por sí mismo. Aunque sólo fueron 8 horas, pudimos captar algunas escenas que ahora vuelven a nuestra memoria cuando alguien menciona al país.
Diario del viaje. Día 1. Destino: Qatar
Salimos de Barcelona un viernes por la tarde. La emoción del viaje y las despedidas se mezcla con el cansancio de varias noches preparando el equipaje para un mes. Volamos siete horas y llegamos a Qatar en Asia, primera parada: Doha, la capital, ocho horas de escala.
Nuestro primer contacto con el país es comparable a la entrada en una sauna. Son las doce de la noche, pero el calor y la humedad qataríes empañan las gafas de todo el que las lleve puestas. A pesar del clima, decidimos pagar por un visado que nos permita salir del aeropuerto.
Entrar en la ciudad es como entrar en “Hotel”, ese juego de mesa en el que podías construir rascacielos sin otro afán que construirlos. Así es la Cornisa de la capital qatarí, que decide asomarse al mar por todo lo alto, con un recital de edificios colosales colocados como por la mano de un jugador compulsivo, uno al lado del otro, enfrente de un tercero, por detrás de un cuarto… todos diferentes.
Pasa de la media noche pero, a pesar de eso, hay niños columpiándose. La vida empieza cuando se va el sol. Otro compañero de juego ha decidido colocar un mercado de calles estrechas sobre el tablero de Doha: con aire acondicionado, con puestos llenos de dulces para las noches del Ramadán, con telas, diferentes modelos de trajes largos para mujer (pantalón y camisola a juego), y pañuelos para la cabeza de los hombres, que se pasean por aquí vistiendo una especie de camisa que se alarga hasta los pies y que estiliza en muchos casos su figura.
La zona de bares colindante la ha hecho construir el jugador cool. Un paseo por su calle principal permite ver grupos de gente que han quedado a tomar algo, o a fumar algo, como tabaco de manzana en cachimba. Un batido de tamaño medio puede costar seis euros, la sensación de estar en un escenario de cartón piedra a prueba de humedades en medio del desierto, no tiene precio.
Volvemos al aeropuerto, dormiremos allí lo que queda de noche, junto a mucha otra gente estirada en los asientos de las zonas de espera. Tenemos que comprar mantas para soportar el frío del aire acondicionado, fea costumbre –la de abusar del refrigerio- muy extendida en países calurosos. Por la mañana proseguirá el vuelo.