En Tana Toraja, ubicada en Sulawesi, Indonesia, estar enfermo puede significar dos cosas:
- Estar enfermo.
- Estar muerto en casa esperando a ser enterrado, ya sean 8 meses o 6 años –todos sabemos que no es fácil encontrar un hueco en la agenda de toda la familia-.
En este punto de la Tierra ir a un funeral implica:
- enterrar a un muerto (que se da por muerto ese día porque hasta entonces estaba enfermo en casa esperando a ser enterrado)
- asistir a una gran fiesta en la que se matarán decenas de cerdos y unos cuantos búfalos regalo de los invitados o de la propia familia, que también hace esperar al muerto para ahorrar dados los precios que pueden alcanzar estos bichos -hasta 20.000 euros por un búfalo rosa y con machas-.
Una sangría en la que los búfalos morirán de un tajo magistral en el cuello con un cuchillo fabricado en el pueblo especialista en fabricar cuchillos, mientras que los cerdos agonizarán hasta que llegue su hora atados a unas cañas de bambú. Las mismas con las que han sido transportados hasta allí en moto. Las mismas con las que te los venderán en el mercado que se celebra cada seis dias en Bolu si quieres llevar uno a la ceremonia como regalo, en lugar del clásico paquete de tabaco que suele aportar el turista medio (sí, por increíble que parezca los turistas no son mal recibidos y no es por dinero).
Si eres humano, hay varias maneras de llegar hasta una de estas ceremonias: andando, en coche y con guía, o con una motocicleta, siempre que la carretera que elijas para iniciar la exploración no tenga más de un 30% de inclinación y sea un conglomerado de piedras poco uniforme, algo posible en algunos atajos entre Batutumonga y Rantepao.
La recompensa por recorrer estos caminos tampoco es de este mundo:
Aldeas repletas de tejados en forma de barco, que recuerdan el origen de un pueblo y sus barcos, pero también que la vida es un loop.
Rocas que albergan tumbas de antiguos reyes representados con muñecos de madera -tallados en el pueblo especialista en la materia- que se asoman a terrazas insertadas en la piedra con ese único fin.
Mares verde arrozal anegando la tierra en forma de terrazas infinitas en diferentes fases del cultivo y salpicadas de agricultores y búfalos, algunos con el agua al cuello.
Árboles que guardan a los bebés que murieron siendo aún sagrados y que, por ello, según la tradición animista, debían ser resguardados por el tronco de un árbol agujereado que cerrara con el tiempo las heridas abiertas en su corteza acogiéndoles así para siempre…
En Tana Toraja hay tantas cosas que no son como uno las imagina y que, sin embargo, podría imaginar en cualquier relato fantástico, que incluso lo cotidiano es diferente…
La gasolina se sirve en embudo.
Los gallos no sólo cantan al amanecer sino a todas horas y en todas partes –incluso merodeando a los cadáveres de los búfalos en los funerales-.
Los profesores de inglés se acercan a los extranjeros para practicar el idioma e incluso les invitan a las escuelas para ofrecer un listening/speaking de primera mano a sus alumnos antes de que acabe la semana, un sábado a las dos y previo rezo musical sorprendentemente afinado.
Los autobuses nunca te cierran la puerta en las narices cuando estás a cinco metros de la parada porque ni tienen puerta ni hay paradas.
Hay jóvenes que sueñan con casarse algún día con Jorge Lorenzo y todo el mundo conoce a La furia roja, que a menudo es portada en los periódicos. Bueno, esto último no nos extrañaría tanto si no fuera porque estamos en uno de los viajes a Indonesia más fascinantes que cualquiera podría realizar.