Tíbet en privado: ruta al Chomolungma
El Tíbet siempre a llenado nuestra mente con imágenes de monjes budistas recitando mantras, caravanas de yaks por tierras heladas, banderolas de oración cimbreando al viento, amplios horizontes barridos por el viento y las altas cumbres del Himalaya de fondo. El Tíbet es un inmenso territorio situado en uno de los lugares más duros para vivir de la tierra. Sin embargo, o quizás gracias a esto, ha generado -y también expandido- una cultura milenaria muy particular, y en el fondo, una manera de ver y comprender el mundo. Es en el Tíbet donde el budismo alcanza un grado de integración en la sociedad, un misticismo y un modo de expresión que no se encuentra en otros países.
Lhasa, la capital del Tíbet no sólo administrativamente sino también religiosa, vale por si misma un viaje. Con el templo de Potala dominándola sobre sus calles, edificios y templos, donde uno se siente absorbido por su poder espiritual. Es también aquí donde más se vive el conflicto y el choque de la personalidad tibetana con las autoridades chinas, presentes en el Tíbet desde su invasión en el año 1950. Una integración del Tíbet en China que ha traído ventajas económicas, tecnológicas, de modernidad y de infraestructuras, pero que no ha sabido -ni querido- ser respetuosa con su cultura y modos de vida.
Con el fin de la era Mao y la revisión "no oficial" de los desmanes de la revolución cultural, China fue entrando en una paulatina "normalización" y la región del Tíbet fue abierta para el turismo internacional en 1980. Sin embargo, y sobretodo a partir de las revueltas de 2008, hay fuertes restricciones y no se puede viajar por el Tíbet de forma independiente.
En los últimos años y coincidiendo con la apertura y el incremento del turismo se han apresurado a reconstruir todo aquello que se había destruido y a "normalizar" la situación. Normalizada entre comillas, porqué si bien hay un relativo entendimiento y adaptación entre las dos comunidades, las autoridades chinas mantienen una política imprevisible en este territorio, siempre susceptibles a cualquier conato de rebeldía por parte de la comunidad tibetana.
Poder estar a los pies del Everest es naturalmente un atractivo por si mismo, contemplar su mole levantarse al cielo, su característica forma al fondo del valle, en una visión mucho más cercana que desde Nepal, y Rongbuk es un entorno sobrecogedor. Pero desde luego este recorrido es mucho más, transitando por parte de la ruta que ha unido Lhasa y Katmandú durante siglos de comercio e intercambio cultural y económico.
Hemos diseñado esta ruta de tal manera que las distancias por carretera no sean demasiado largas teniendo en cuenta que el Tíbet es un territorio inmenso y las distancias son largas. Pero tenéis tiempo para visitar los lugares destacados con tranquilidad, sin prisas, y poder pasear por las ciudades y entornos en los que estéis, de manera que podáis captar mejor como se vive en este territorio, en el que estaremos siempre por encima de los 3500 metros de altitud.
Estamos seguros que la amplitud de espacios, las montañas, los monasterios, las banderolas cimbreando al viento, los molinillos rodando eternamente y sobretodo la gente que habita en este lugar tan duro, ocuparán para siempre vuestra memoria.
¿Cómo valoran los viajeros las propuestas que reciben de la agencia para este viaje?
Atención muy buena