Con el otoño vuelven las ganas de comer guisos, el deseo de dedicar una tarde de domingo a jugar a las cartas o leer un libro, la ilusión de hacer pequeñas escapadas los fines de semana o incluso de viajar a lugares no demasiado lejanos. Con el otoño vuelven también los ocres y los naranjas, los rojos fuego y los amarillos chillón. mezclados o en solitario, en el suelo o en hojas todavía unidas a las ramas de los árboles.
Uno de los lugares más bellos para observar todo el espectro de rojos, amarillos y naranjas es el lago Lemán entre Suiza y Francia. Allí, los viñedos que se extienden por las escarpadas laderas del lago parecen diseñados para despertar sonrisas y no para producir vino. En verano por los colores verde y azul; en invierno por las montañas cubiertas de nieve; en primavera por la luz; y en otoño, por los colores de las hojas de las vides.
Para mayor felicidad, estos viñedos no son únicamente disfrutables visualmente desde la distancia, sino que uno puede “vivirlos”. Entre Cully y Chexbres hay una senda que, paralelamente al lago y siempre entre los viñedos, es una fiesta para los sentidos. Además, no es muy exigente físicamente (es más bien un paseo), y uno puede adaptar el camino a su gusto, bien haciendo el camino de vuelta en tren, bien dando media vuelta cuando uno intuye que empieza a cansarse.
Si a esto le unimos las pequeñas bodegas de Cully, Epesses y Chexbres, donde sirven vino (blanco, por supuesto), salchichón y queso (tomme, obviamente), nos encontramos con que un paseo por los viñedos de Lavaux es una de esas experiencias que bien valen un viaje, incluso para los más perezosos.
Datos prácticos para un viaje por Suiza
La excursión se puede abordar desde Cully, Epesses o Chexbres. A estos pequeños pueblos se puede acceder fácilmente en tren o en coche. El lugar más lógico para dormir sería Lausana, pero Montreux o incluso Friburgo son otras opciones. Los que busquen más tranquilidad pueden incluso buscar un hotel por la zona de Lavaux.
Una vez en Cully (o en Epesses o Chexbres) es difícil no encontrar la senda. Si hay algo que hagan bien los suizos es poner señales con indicaciones, y en Cully no son menos suizos que en el resto de Suiza. Basta levantar la vista para ver uno de las múltiples letreros que indican el camino a seguir. En caso de tener tortículis y no poder levantar la vista hacia el cartel, siempre se puede preguntar a algún vecino de la zona: “Bonjour Monsieur/Madame. Les vignerons, s’il vous plait?”.
Material, el mínimo y no muy diferente del material que uno se llevaría para salir a comprar el pan y el periódico. Salvo que llueva, el paseo es de las actividades menos exigentes que uno puede imaginar. Si a eso le unimos los salchichones, el queso y el vino, que el viajero no espere volver con menos kilos al hotel de los que llevaba puestos encima al inicio de la jornada. Si uno quiere volver con más kilos, siempre existe la posibilidad de coger un trenecito desde el que observar los viñedos, pero esta opción sólo es aconsejable para los amantes de los parques temáticos.