A unos 20 kilómetros de Puerto Jiménez, en un extremo de la península de Osa, al sur de Costa Rica, se encuentra Playa Matapalos. Es uno de los lugares más hermosos que uno se pueda imaginar y uno de los puntos de interés más destacados en los viajes a Costa Rica.
Si se busca tranquilidad absoluta, es posible alojarse en el mismo cabo matapalos (un montículo rocoso que se interna en el Océano Pacífico tapizado de denso bosque tropical) en el extremo sur de la playa, ya que hay algunos hoteles de ecoturismo. Sin embargo, son bastante caros, están únicamente frecuentados por turistas extranjeros y a mí me gusta más estar en el pueblo.
En bicicleta de montaña, se tarda en llegar desde Puerto Jiménez a Playa Matapalos casi dos horas (y bastantes sudores) de difícil camino. Sin embargo, las vistas a un lado de la bahía y al otro de las colinas boscosas que forman el inicio del Parque Nacional Corcovado hacen que en mi mente se instale la sensación, mientras pedaleo, de que no puede haber un lugar más bonito en la tierra.
Paro constantemente para hacer fotos en todas direcciones intentando captar la belleza del lugar. Árboles enormes, animales que cruzan la carretera, puentes maltrechos sobre burbujeantes torrentes de agua, todo invita a sentir que uno se adentra en el terreno de la aventura y la naturaleza virgen.
Cuando llego a Matapalos, la playa entera, unos 500 metros de arena tostada ribeteada por verdes árboles y palmeras asomándose al océano, es únicamente para mí, un grupo de monos carablanca e infinidad de cangrejos ermitaño (de esos que se apropian de las conchas que quedan vacías sobre la playa). El paraíso soñado esta frente a mí. Justo lo que había deseado durante los últimos once meses de duro trabajo. Tomo el sol, bebo zumo, leo y me relajo. Los carablancas me miran divertidos y cada vez se acercan más.
Me doy un baño y contemplo un grupo de pelícanos que pescan a escasos metros de mí. Me maravilla la habilidad y coordinación con la que se lanzan en picado como una escuadrilla de aviones de combate sobre un banco de peces.
El rumor de las olas y la belleza del escenario hacen que las preocupaciones y el estrés del día a día desaparezcan. Casi como si hiciese un siglo desde que había llegado a este precioso rincón del mundo (aunque realmente aterrizaba en San José, capital de Costa Rica, únicamente tres días atrás). Y es que Matapalos tiene la capacidad de hacerte sentir lejos de todo menos de ti mismo y de las cosas que verdaderamente importan. Tener tiempo, sentir el calor del sol en la cara, disfrutar de la naturaleza, hacer deporte y leer un buen libro. Todo para lo que en nuestra ‘organizada’ sociedad parece que no encontramos tiempo fácilmente.
Playa Matapalos y Puerto Jiménez no están en los típicos recorridos turísticos del país y fue leyendo la guía de Costa Rica como encontré y decidí venir hasta aquí, a pesar de que las agencias en las que había preguntado me decían que estaba ‘demasiado lejos’. A veces salirse del camino marcado tiene su premio.
Por la noche, de regreso en Puerto Jiménez, ceno un ceviche, alitas de pollo y una imperial con hielo. Me voy a dormir a las ‘Cabinas Marcelina’, dónde tengo mi modesta habitación. Enciendo el aire acondicionado, me tumbo en la cama desde dónde escucho los aullidos de los monos y me siento muy afortunado por el día que acabo de vivir.
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