En un viaje a Marruecos, es fundamental visitar las cuatro ciudades imperiales, especialmente Fez y Marrakech. Se deben contemplar sus mezquitas, palacios y murallas, pero también sumergirse sin miedo en sus vibrantes medinas (los centros de las antiguas ciudades medievales). Imprescindible es comprar (regateando, por supuesto) algo de artesanía y comer en alguno de los abundantes puestos callejeros.
Agobiarse en la medina de Fez, estrecha y siempre abarrotada, no es complicado. Quienes no soporten las multitudes pero no quieran perderse el encanto de las medinas siempre pueden optar por visitar la de Meknes, más tranquila pero igualmente auténtica.
Arquitectónicamente, Meknes es una de las ciudades más interesantes que ver en Marruecos, gracias principalmente a la presencia de las ruinas de la antigua ciudad romana de Volubilis. Pese a ello, recibe menos turistas que el resto de las ciudades imperiales.
Recorrer las provincias desérticas del sur sin prisa. A pesar de que el paisaje está compuesto principalmente por pedregales, montones de arena y barrancos secos, el desierto de Marruecos no deja de sorprender por su belleza a cada giro del camino.
Descansar en Essaouira, un antiguo fuerte portugués que guarda en su interior una de las medinas mejor conservadas de Marruecos y un pintoresco puerto pesquero tradicional.
Pasar unos días en Chefchauen, uno de los pueblos más bonitos de Marruecos. Sus calles blancas y azules contrastan con el verdor de las faldas de las montañas en las que se asientan. Si el viajero se lo puede permitir, es mejor hacer la visita fuera de la temporada alta, para evitar que las hordas de turistas le arruinen a uno la experiencia.
Dos de las joyas de Marruecos, y que por si solas justificarían viajar al país, son las gargantas del Todra y las gargantas del Dadés. Recorrerlas en todoterreno o a pie es toda una experiencia. Tras la larga jornada, lo mejor es alojarse en una kasba y comerse un buen tajine para recuperar fuerzas.
Otra actividad interesante en Marruecos es realizar una excursión a pie por las dunas de Merzouga, la principal puerta de entrada al Erg Chebbi. Caminando por este impresionante desierto, uno puede imaginarse lo que debía ser atravesar el Sahara en una de las antiguas caravanas de mercaderes. Al final de la jornada, una idea más que buena es degustar una de las famosas empanadas locales: las Medfounas.
Marruecos se está convirtiendo, durante los últimos años, en un destino de surf emergente. Los adeptos al surf aprecian las buenas olas que la costa marroquí acoge durante el invierno y, especialmente, el hecho de que muchas de sus playas sean prácticamente vírgenes y no hayan sido invadidas todavía por el turismo de masas.
Tánger es una ciudad mágica, aún en su decrepitud. Puerta de conexión entre España y Marruecos, cuenta con un buen número de históricos cafés por los que se puede seguir la pista de intelectuales de todo el mundo, que residieron allí en algún momento de sus vidas. Las montañas del Atlas ofrecen magníficas oportunidades para hacer senderismo.
Marruecos es un país bastante montañoso y cuenta con numerosas cimas por encima de los 3.000 msnm, además de con algunas sobre los 4.000. En el Anti-Atlas, al sur del país, algunos de los escenarios que combinan la nieve de las cumbres con el árido desierto son de una belleza inusitada.
Recorrer el valle del Draa, desde Zagora hasta Ouarzazate. La sucesión de pueblos medievales, el enorme palmeral y las montañas de color anaranjado que lo enmarcan hacen del valle uno de los lugares más bellos que ver en Marruecos. Una de las costumbres más arraigadas en la cultura de Marruecos es tomar el té. Esta infusión está presente en todos los momentos de la vida y, aunque nos pueda parecer una contradicción, es muy utilizada para combatir el calor. Las normas de buena educación aconsejan que el invitado consuma como mínimo dos tazas de té para complacer a su anfitrión.
Perderse por los misteriosos bosques de cedros del Medio Atlas y vivir una auténtica experiencia bereber durmiendo en una de las muchas casas que acogen a visitantes.
Visitar la localidad de Midelt, conocida como la capital de los fósiles y los minerales de Marruecos. En ella pueden comprarse a mejor precio que en otros lugares. Se trata de la puerta de entrada del Alto Atlas y, desde aquí, los viajeros obtendrán una vista espectacular de sus cumbres.
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